Expedición al kiosko Tito

Publicado por: Magenta Sport On 16:11

Ir al Kiosko Tito, el lugar al que yo de niño había rebautizado como Kios-Kotito, era una de mis aventuras preferidas. Quedaba exactamente a dos cuadras de mi casa y tenía licencia para ir hasta allí sin pedir permiso. A veces alargaba la aventura hasta la librería Codina para comprar papel araña azul destinado a forrar mis carpetas y cuadernos de la escuela, y etiquetas donde luego mi padre –quien era el único con buena letra en la casa– estamparía mi nombre con caracteres que me hacían sentir más importante de lo que ya me sentía, lo cual no es poco decir. El Kios-Kotito tenía varios encantos particulares: vendía las revistas de la semana y allí podía, si no la recibíamos directamente, comprar el Billiken, Rico Tipo, Pif Paf, Rayo Rojo o, en ocasiones en que Rosario Central realizaba una hazaña a las que nos tenía acostumbrados, el incomparable número semanal de El Gráfico.

No digo lo que sentía cuando en la tapa de esa célebre publicación aparecía, cosa rara, algún jugador de mi equipo. Gozo total compartido emotivamente con Albina, nuestra eterna cocinera, pero al cual eran absolutamente ajenos mi padre y mi hermano que, como los lectores de los sábados ya saben, eran hinchas de Newell’s Old Boy. A veces, dejaba la revista comprada en la cocina para no ofender los sentimientos de mis familiares y, a veces, Albina me la guardaba en su habitación que, presidida por las fotos de Perón y Evita, era un bastión inexpugnable para cualquier miembro de la familia. Una empleada peronista y centralista en una familia antiperonista y 'ñulista’ era más frecuente de lo que yo creía en ese tiempo. En todo caso, visto a la distancia, era un ejemplo de convivencia democrática. La historia, que muchos años después y seguramente con otra perspectiva, me llevó a ser compañero político de Albina, ya empezaba a hacer de las suyas, sensibilizándome ante las figuras que para mis padres eran lo más parecido a una mancha negra en la historia argentina.

El Gráfico nos trajo hasta aquí pero es necesario regresar al Kiosko Tito, pues he dejado allí otro de los tesoros que iba a buscar: las figuritas. Las figuritas que venían en paquetes de a cinco y que luego servían para llenar un álbum que más tarde podría canjear por una maravillosa pelota de fútbol, cosa que nunca ocurrió, o simplemente servía para que yo pudiera hojear repasando las imágenes de mis ídolos. Una vez abierto los paquetes seleccionaba las repetidas, y trataba de cambiarlas primero con mi hermano y más luego con los amigos del barrio. Cuando mi viejo se iba de viaje nos regalaba diez pesos a mi hermano y diez pesos a mí, y nosotros salíamos disparados al Kiosko Tito, donde nos comprábamos ¡¡una caja!! con cien paquetes de figuritas cada uno. ¡Un real banquete para las emociones.

También en ese minisupermercado que para mí era el Kiosco Tito podía comprar chicles o golosinas, y fue allí donde compré, por primera vez y colmado de ansiedad, ese prodigio de prodigios que en su momento fue el chicle globo. Hoy, el Kiosko Tito no existe, el chicle globo es una antigualla, y de mí es mejor no hablar.

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