Los años verdes

Publicado por: Magenta Sport On 10:01
Por Pedro Canelo

EN AQUEL TORNEO, EL COLOMBIANO FUE DIRIGIDO POR FRANCISCO “PACHO” MATURANA

“Primero amigos, después campeones”. Luis Fernando Suárez lo aprendió un 26 de abril de 1989. No había jugado un solo partido de aquella campaña de Copa Libertadores con el Atlético Nacional de Medellín. Cualquiera se hubiera excedido de impaciencia ante la condena a ser simple comparsa. Pero ese plantel “verdolaga” era muy unido, era compacto no solo en su fútbol sino también en el campo de los afectos. Esa tarde de abril, Pacho Maturana le dijo que iba a jugar ante Millonarios. Suárez no se sorprendió porque sabía que esa (su) oportunidad iba a llegar. El Nacional campeón de Libertadores de 1989 era también un plantel de amigos. Y cuando estás entre amigos tienes que confiar.

Cuando se recuerda al plantel del Nacional de Medellín que le ganó la final de la Libertadores al Olimpia hay espacio para las atajadas y locuras de René Higuita, para el despliegue incansable de Leonel Álvarez, para los goles del “Palomo” Usuriaga, pero a los cronistas se les escapó ese volante de marca que ingresaba a la cancha cada vez que los verdes jugaban de visitantes: ese casi extra llamado Luis Fernando Suárez.

EL TERCER MOSQUETERO
“Jugué ese partido ante Millonarios, en el Campín de Bogotá, y ante el Danubio en el Centenario de Montevideo (10 de mayo de 1989). Ambos encuentros fueron empates pero de locales pudimos resolver y llegar a la gran final. Yo era suplente natural de Ricardo “Chicho” Pérez y tenía opción de ser titular cuando Pacho decidía jugar con 3 volantes de marca. Salíamos Pérez, Leonel Álvarez y yo”, cuenta Suárez.

Con este técnico colombiano, que hoy vive días felices con el Juan Aurich en el torneo local y en la Copa Libertadores, es difícil ingresar al universo de las emociones. Es flemático, impertérrito, inamovible. Pero cuando le mencionan la gloriosa campaña del 89 sí se concede el derecho a sentir. Porque fue campeón sudamericano y porque dos amigos que aparecen en ese retrato de grupo en el estadio Atanasio Girardot hoy no están para repetir la toma: Andrés Escobar y Albeiro Usuriaga. “Fue muy triste pero yo prefiero recordar los días geniales que pasamos juntos. Se formó un grupo muy unido. Aparte de lo táctico, aprendí eso y hoy lo aplico en el Aurich. Aquí nadie es titular, aquí nadie se pelea. Todos somos una familia”, dice este entrenador con galones de mundialista (Alemania 2006, con Ecuador).

El Nacional de Medellín campeonó en la Copa Libertadores en 1989 después de una definición vía penales ante Olimpia de Paraguay. Aquella noche, René Higuita atajó 4 penales y Leonel Álvarez definió la serie. Meses después perdería la final Intercontinental ante el AC Milan de Arrigo Sacchi y Marco van Basten. No había extranjeros en la formación de Pacho Maturana. “Habíamos trabajado desde 1986, teniendo un plantel de promedio de edad de 23 años, por eso se armó un equipo muy táctico”, cierra el álbum Suárez.

Un campeón, después de la vuelta olímpica, adquiere los galones para soñar sin sentimiento de culpa. Para ilusionarse sin ceder ante la tentación del fracaso. Si usted se sorprende al escuchar a Luis Fernando Suárez. Si su seguridad cuando habla de la Copa Libertadores y el Juan Aurich lo perturba, no se apure. La explicación está aquí. Es el discurso de un campeón. Y los campeones pueden pasarse de copas sin sentir el más leve de los mareos.

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