Pum-pum se cayó del catre

Publicado por: Magenta Sport On 13:27


Le cantaba a mi prima Chela, su primera nieta, una canción que decía “Pum-pum se cayó del catre…”, y si se cayó o no, nunca lo sabremos, pero lo cierto es que Chela, cada vez que lo veía, le decía Pum-Pum, y fue con ese sobrenombre que el resto de nietos aprendimos a llamarlo. La onomatopeya prendió tanto que adquirió rango de nombre, al punto que figura hasta en la lápida que señala el lugar de su descanso final. Era un hombre alto y delgado, como casi todos los de nuestra familia. Hijo de agricultores italianos en la provincia de Santa Fe, Argentina, dejó el contacto directo con la tierra y se transformó en un próspero exportador de cereales. El cambio del arado por el manejo bursátil pareció no alterarlo demasiado y, en muy poco tiempo, construyó una fortuna más que considerable. Nunca sabremos si era un objetivo anteriormente fijado, pero tan pronto comenzó a despegar vuelo, fue en busca de la mujer más linda del pueblo vecino y con ella se casó. Lorenzo y María, ambos originarios del Piemonte, Italia, hablaban un castellano que no siempre era para el elogio, y tuvieron cinco hijos, entre ellos, el tercero y primer varón, mi padre.

Pum-Pum, que aún no era el abuelo adorable y tierno que nosotros conocimos, manejaba sus negocios y su familia con mano de hierro. En la mesa no se hablaba, la cama tenía que estar tendida con medidas militares, nadie podía leer el diario antes que él, y había una vastísima gama de decretos y ordenanzas que hacía de su hogar un cuartel con poco espacio para el jolgorio. Mi padre, que a los 17 años se aprestaba para estudiar Medicina, no estuvo a la hora precisa en la que Pum-Pum fue a buscarlo en el lugar correcto y ahí, quien sería un abuelo amoroso, actuó como un padre feroz y frustró para siempre su vocación. Al día siguiente, mi padre, olvidado de mandiles blancos e instrumentos quirúrgicos, estaba trabajando como dependiente en la Bolsa de Comercio de Rosario.

No le vino mal: él también, ya independizado, hizo fortuna y no tuvo que ir a ningún pueblo vecino a buscar novia. Conoció a mi madre por casualidad, el día que esta tomaba la primera comunión, y muchos años después la hizo su esposa. Entre noviazgo y casamiento completaron sesenta años juntos.

Cuando nosotros le hablábamos maravillas de Pum-Pum a mi padre, este solo sonreía y permanecía en silencio. Muchos años después nos contó sobre las tormentosas relaciones con un progenitor irascible y cómo él había tomado la determinación, ya en esa época, de ser totalmente distinto con sus hijos. Y lo fue. Mi viejo era tan amoroso con nosotros, como Pum-Pum no lo había sido con él, y como sí lo era con sus nietos. Todos cuentan que Pum-Pum se cayó realmente del catre y se transformó en un ser humano sonriente, apacible y afectuoso cuando la tenebrosa arteriosclerosis se apoderó de él y comenzó a aflojarle la memoria y a infantilizar su carácter. Para muchos, una tragedia. Para sus nietos, el recuerdo de un abuelo y un amigo inolvidable.

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