Seguimos aprendiendo de la experiencia chilena

Publicado por: Magenta Sport On 9:32

Aún en medio de la desolación y la muerte, el pavo real humano quiere tener razón. Gusta jugar al “yo te dije, yo te dije y no me hiciste caso”. Debo decir que, en lo personal, el dolor humano está por sobre cualquier ideología y por sobre cualquier interpretación de la realidad. Sin embargo, creo que todas las experiencias, por dramáticas que sean, deben servirnos para echar una mirada más profunda sobre nuestro destino. Si acontecimientos trascendentales, como el terremoto de Chile, no nos sirven para reflexionar sobre el actual modelo de desarrollo, me pregunto qué nos hace falta para preguntarnos, seriamente, hacia dónde vamos. La justificación o el ataque han estado en boca de unos y otros. Hasta los terremotos parecen servir a la egolatría de algunos humanos para llevar agua a su propio molino.

Una nota que publica La Nación de Buenos Aires subraya que Chile, aspirante a un lugar en el Primer Mundo, sigue siendo un país con deudas pendientes. Creo que es verdad, pero también creo que todos las tienen, miren sino el escandaloso negocio de viviendas que impulsó el Katrina en Nueva Orleans. Si eso no es una expresión de miseria moral dentro de un sistema que habla de libertad, no encuentro nada que se parezca tanto a esa lacra. Dice el artículo de La Nación: “Bastó un sismo de tres minutos para que el más opulento vecino de América Latina tropezara y desnudara sus contradicciones, pese a las cifras que muestran una economía pujante”.

Sí, pues, así es, en los inesperados y violentos calores que azotaron Francia hace unos años murieron muchos viejitos por falta de atención. Nadie está preparado para lo inesperado porque hemos cultivado una filosofía de autosuficiencia que asesina, en el intento, todo esfuerzo por aplicar una racionalidad más exigente a nuestro frágil paso por el mundo. Pareciera que, en nombre de todo, el antropocentrismo que nos ha alimentado se niega a admitir esta fragilidad que es, a la postre, nuestro signo más distintivo.

Hay conductas que nos producen espanto pero que son propias de seres humanos en estado de emergencia. Quizá en un sistema con otros valores las cosas no hubiesen sido tan drásticas, pero creo que inculcar otros valores lleva mucho más que algunas generaciones. Se horrorizan algunos porque el pan y el agua llegaron a venderse a cuatro dólares, porque se robaba medicamentos de las farmacias y porque en zonas de la clase media 'satisfecha’ se acaparaban más productos de los que realmente se necesitaban. Es horrible, pero normal, repugnantemente normal. Que cuenten, sino, cómo operaba el mercado negro de alimentos durante la Segunda Guerra Mundial.

Supongo que en estados de emergencia volvemos a ser conducidos por los mecanismos más antiguos de nuestro cerebro y estos mecanismos saben más de supervivencia que de solidaridad. Cambiar eso es una asignatura pendiente de una sociedad que, en el fondo, reproduce esos mismos mecanismos permanentemente. Ocurre que, sin terremoto, son menos visibles.

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