A propósito de las emociones

Publicado por: Magenta Sport On 9:57

Cuando hablamos del valor de un ambiente sin tensiones y violencia como un sitio destinado a preservar nuestra salud estamos, naturalmente, evocando las emociones. Estas poseen una característica de la que sabemos empíricamente mucho, pero que no suele figurar entre nuestros conocimientos conscientes: las emociones son profundamente contagiosas, peligrosas o salvadoramente contagiosas –en algunos casos–. Daniel Goleman, en su libro La inteligencia emocional, relata un caso paradigmático al respecto: ocurrió en los inicios de la guerra en Vietnam. “Un pelotón de soldados estadounidenses estaba de rodillas en medio de un arrozal, en pleno tiroteo con el Vietcong. De repente, una fila de seis monjes comenzó a caminar a lo largo de las pequeñas elevaciones que separaban un arrozal de otro”. Con serenidad y porte perfecto, los monjes caminaban directamente hacia la línea de fuego. Un soldado de EE.UU. recuerda que caminaban en línea recta y fue realmente extraño que nadie les disparara. “Luego de que terminaron de caminar por los montículos –dice el soldado–, de pronto el deseo de lucha me abandonó. Yo no tenía ganas de seguir haciendo eso, al menos ese día. Debió de ser así para todos, porque todos abandonamos. Simplemente, dejamos de combatir”. Y agrega Goleman: “El poder del sereno coraje de los monjes para apaciguar a los soldados en el fragor de la batalla ilustra un principio básico de la vida social: que las emociones son contagiosas”.

Todo encuentro implica un intercambio de emociones que en algunos casos es neutro, en otros resulta tóxico y, en algunos, nutritivo. El intercambio emocional se produce en un nivel sutil, casi imperceptible. Se delata en la forma de saludar, de sonreír, de mirarse, de mostrar las manos, de tocarse o de evitarse, etc. El conjunto genera un ambiente que obra sobre nuestras emociones y que, a la larga, determinará nuestro estado de ánimo. Crear ambientes nutricios –donde cada uno se exprese con libertad y sin temores, sin necesidad de fingir satisfacciones no sentidas o realizar un gesto artificial para complacer a alguien– es el sitio adecuado para la expansión espiritual, para el relax, para la comunicación y, en suma, para honrar y desarrollar las mejores cualidades de nuestra humanidad.

Eso es lo que debemos considerar como un 'ambiente sano’: un ambiente libre de las toxinas que generan el odio, la envidia, la desconfianza, la frustración, el desencanto, el miedo, la impotencia, el autoritarismo y todo los 'ismos’ que nos separan injustificadamente de nuestros semejantes o que destacan supuestas y absurdas superioridades de unos sobre otros.

Goleman dice: “La gente que es capaz de ayudar a otros a calmar sus sentimientos posee un producto social especialmente valioso; son almas a las que los otros recurren cuando padecen una necesidad emocional”. Todos tenemos el poder de enriquecer o empobrecer nuestras relaciones. Tener conocimiento de ello nos puede llevar a actuar con una responsabilidad de la que no siempre somos conscientes.

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