Religión: los odios ocultos

Publicado por: Magenta Sport On 10:15

Muchas veces he envidiado sanamente a aquellas personas que disfrutan –creo que es la palabra adecuada– de una fe religiosa sin fisuras. Debe ser encantador vivir en un mundo donde lo que no se comprende es un 'misterio divino’, y uno ya conoce lo que le espera. Si eres bueno, tienes premio. En caso contrario, eres castigado. Ser bueno, si uno ha tenido una buena vida, digo padres, comida, afecto, salud, escuela, etcétera, no es difícil: incluso los neurobiólogos afirman que el cerebro ha sido diseñado para entenderse con el prójimo y sentir compasión. Y si eres malo te vas al infierno o al purgatorio por un rato. Los no bautizados se quedan en el limbo. Es decir, no la pasan mal, pero tampoco disfrutan de la presencia de Dios. Allí van los que aún cargan con el pecado original. El lugar es más conocido como limbo de los niños. Eso es, al menos, lo que aprendí cuando tomé mi primera comunión. Es posible que algunos conceptos hayan cambiado, pero, en suma, se trata de un mundo de premios y castigos dolorosamente parecidos al mundo en el que vivimos. Incluso tan injusto –cuando no absurdo– desde una perspectiva humana como el nuestro. Quienes no participamos de estas creencias enfrentamos la soledad cósmica y la brevedad de la vida sin más armas que nuestra capacidad de reflexión. No es gran cosa pero, una vez introducidos al oficio de vivir sin ser consultados, no nos queda más remedio que encarar con la mayor honestidad las bellezas y las angustias de nuestra existencia. Nos libramos, eso sí, de la idea del pecado original y de que sean otros y no nuestra conciencia –que suele ser muy exigente– quien nos diga qué está bien o qué está mal.

También nos libramos de esos odios religiosos que, durante siglos, provocaron la muerte de millones de seres humanos y que, analizados con una cierta perspectiva histórica y un gramo –solo un gramo– de sentido común, carecen completamente de sentido. Diría que, más que diferencias en las creencias o los matices de esas creencias, los odios han hecho parte de la lucha por el poder material. En la actualidad se habla de ecumenismo y, no obstante, las viejas rivalidades asoman a la superficie de tiempo en tiempo.

El mundo judío, por ejemplo, está hoy indignado con la Iglesia Católica pues un prelado comparó los ataques al Papa por los casos de pederastia con el antisemitismo. A primera vista no parece tan grave, pero las reacciones han sido feroces: el rabino Marvin Hier, del centro Simon Wiesenthal, ha pedido que el Papa pida “perdón” por esa “analogía vergonzosa”, y la ha considerado “injuriosa”, mientras que el rabino jefe de Roma calificó la comparación como “repugnante, obscena y, sobre todo, ofensiva tanto para las víctimas de los abusos” como del Holocausto.

Sin entrar en el debate, siento que en este campo existe una extrema sensibilidad para lo propio y un descomedido desconocimiento del otro, básicamente entre cristianos, judíos y musulmanes. El sentimiento de poseer la verdad parece cegarlos a otras realidades y otras formas de percepción.

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